Tuve un extraño sueño:
Yo era un jarrón chino
expuesto en una tienda de Nancy,
y la luz del sol
a diario
hería mi reflejo
en pulidos cristales;
adoraba
el beso de sus rayos
(si fuera posible
que los objetos sientan)
Carecía de sello (no de alma)
Hubiera deseado
tener historia,
nacer de la mejor porcelana,
que los siglos tejiesen mi memoria;
haber sido adorado
por emperadores y princesas;
ser un Sagrado Jarrón Ming;
pero, no,
me descubrí tan sólo
una burda imitación,
un fraude
cuyas palabras pintadas embriagaban
la ambición de belleza de los hombres.
Fui adquirido en rebajas
por una familia analfabeta;
embellecí un triste rincón
con mi aspecto lustroso y delicado,
me acariciaron ojos
y manos.
Me sentía feliz
y los amaba
(si fuera posible
que los objetos amen)
Pero un un mal día
se quebró mi cuerpo frágil.
Ahora descanso,
descanso para siempre
bajo capas de olvido,
cubierta por el tiempo
la piel de mi existencia.
Es extraño,
diría
que hasta me duelen los huesos al pensarlo
(¡qué absurdo!)
al recordar mi imagen
junto al escaparate del pasado:
yo era
un hermoso jarrón chino
y el sol,
es bien seguro,
que me amaba.
Tierra,
regrésame al origen,
a la raíz,
al vientre primigenio
al pálpito blanco,
al verbo encinta
que precedió a la palabra
que sangramos.
Se precipitó el ocaso
en el reloj temprano de la infancia:
inhalamos una noche prematura.
El tiempo disparó
sus palomas deformes
en la conciencia,
y, así, crecimos,
tullidos los ojos
por los cuervos de la rectitud,
cavándonos los labios con silencios,
enterrando los significantes.
Nos crecieron uñas en el alma
para tallar la soledad.
Inventamos
un lenguaje de aire
en los extremos huecos del silencio;
zurcíamos al alba
mil espectros
en la tela de la desolación.
Es hora
de lustrar la resina del llanto
petrificado
en las hojas de la noche.
Bailemos
en la concupiscencia del Aliento,
en las cuerdas del harpa calcinada
ahora,
que todavía
le crecen alas vírgenes
al tiempo.
Has de creer,
aunque el delirio sea tu carne,
aunque tu madre sea la noche,
y tu verdad,
llama perpetua
en la memoria herida.
Has de creer,
repito,
abrir los brazos
a la anciana esperanza que crepita
en los dedos de un sueño descastado,
porque sólo sus oxidadas alas
elevarán tu espíritu
por encima de todos los suicidios.
Y yo
que maduro en simas
donde la luz no alcaza,
y soy un simple pálpito
a la izquierda
del Apocalipsis.
Yo,
que sólo aspiro
a ser sílaba de enigma,
coágulo
a la sombra de tus venas,
luz
herida de muerte
sobre un tálamo infecto de palabras.
Yo
que anulo
y sentencio indultos
a tu nombre
en los jardines arcanos del silencio,
donde aprendí
a lamer enjambres de tiniebla,
a roer con mis dientes de fe
los corpúsculos helados de tus lágrimas,
vengo a fundar
mi patria azul
entre tus huesos;
a colmar de pájaros
la Herida;
a despertar
al unicornio
que agoniza
bajo los dientes áureos de un delirio.
Flor,
esquiva los rayos de la noche.
No te ahogues,
no escarbes más en círculos de sombra.
No te entierres de arena.
Deja que caigan ascuas, labios, llantos,
espadas
de este cielo frenético.
Deja que llueva espuma de metálica ausencia.
Nace el día y ya ha muerto
pleno de estrellas huecas.
Nace una rosa y ya sus pétalos son pasto
del gusano del tiempo.
Pero tú te alimentas de raíces insomnes.
Exprimes el silencio a raudales.
Puede crecerte un día un pájaro en los ojos;
algún dios, incluso, entre las venas.
Golpea, corazón,
las estrechas arterias del presente.
Huye a un abismo blanco
Plagado de preguntas
Hazte carne en mis dedos.
Habla por ellos
con la voz de la sangre.