Ayer fue sábado casi toda la noche,
como todas las noches de martes que se
nutren
de semilla de sábados;
como todos los inviernos en que el
reloj
pronuncia
horas de terciopelo
para acallar el frío,
vino a segar mis sombras
el lanzador de nubes.
Una vez más,
el gorrión de sus ojos
acabó picoteando
mi voluntad de espuma.
Y el grillo de una vieja promesa
se enredó entre mi lengua
y me colé en sus huesos
y se enterró en mi carne...
A veces
no me encuentra:
mi voluntad se esfuma
en el agujero negro de algún lunes
marchito,
o se hunde
en los cajones
grises de la memoria,
o en el quicio severo
de opacas despedidas.
Él me busca en los besos
a tientas
Y yo,
como todas las noches
en que se plantan sábados,
como todos los martes
destinados
a exorcizar demonios
a golpe de caricia,
le doy un puntapié
a la melancolía
y hablo una lengua roja
con mis labios en llamas.
Hoy es domingo. Llueve.
Hoy mis pájaros tristes
picotean sin piedad
el silencio.
Pero sé que él me espera
a la esquina
de un verso rojialado,
esparciendo mi nombre
en la próxima playa de un martes
con sabor a canela.