Perdonad este trance de nadie, este
silencio
quebradizo
que me pronuncia en humedales
de quimera;
esta balada blanca
que sutura las melladas hebras de mi
voz
limpiando la memoria
de esqueletos.
No temáis, no me impulsa su música
a morder la boca
del olvido
ni el deseo de triturar
dígitos de fuego
ni la culpa, ni el miedo de morir
en la radical infancia
de los Nombres.
Simplemente supuro ausencia
como el vacuo ojo de un pez
que desconoce aún el tacto afilado
de unos dientes
en su carne.
Nado a contracoriente
de la memoria suicida;
a los días que silencian la voz
de las saetas,
a los tiempos primeros en que
desconocíamos
el dolor que profieren
sus agujas.
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