Llegaron los sicarios del silencio
trataron de talar mi lengua redentora;
sembraron
más negrura en el vientre del
silencio,
y un árbol hosco,
una raíz de enredadera
en cuyas arterias la luz ahorcaba
sus pupilas.
LLegaron los sicarios del silencio
y yo los he burlado.
He cerrado los ojos para que regresara
y la he visto batirse en duelo con la
noche;
la he visto cabalgar vestida de
azucenas
sobre un caballo alado,
desvirgando tinieblas, reinventando mi
rostro
una y mil veces
más allá de estos espejos de derrota.
Ella es ese breve relámpago de infancia.
Son las manos maternas; su tierna
disciplina
despertando
mi pálida sangre inconfesable.
Es la fe redentora que creció con tus
besos,
un amanecer truncado que aún aguarda
su reinado de luz tras las densas
cortinas
de las sombras.
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