lunes, 19 de octubre de 2015

Godot




La noche es blanca, Godot,
tú lo dijiste,
es blanca y quiere nevar sobre nosotros,
pronunciarse,
purificarnos con su trino de nieve.
Yo había muerto cuando lo comprendí,
cuando tatué en mi rostro su vértigo de acero,
¡oh, qué muerte más pura, Godot, qué dulce no saberse ciego
y ciegamente coserse a Dios! o a un relámpago 
que pretendió ser Dios y lo expulsaron del paraíso cíclico
porque nació de su muerte prematura.

Así, apenas tiembla de frío
 o de ausencia la memoria
Así conseguimos diluir 
la negrura en inservibles tañidos
de campana
hasta convertirnos en pájaro o estrella.

¡Qué hermoso no saberse ciego, Godot!

Huele a azucena la noche, 
dijiste,
y yo te creo,
sigo
pintándole una sonrisa de horizontes a esta muerte
tan pura,
tan absurda, tan mía...
pero, te ruego, Godot,
haz que comprenda
sin sangrar demasiado
cuánto vacío
es capaz de contener la garganta
del silencio.



sábado, 3 de octubre de 2015

Un gesto



Hizo falta un gesto tan solo
y la negrura se nos cayó de las manos,
y la palabra salió de su trinchera
y arrojó su fusil de suicidios.

Tan solo un gesto mío, un gesto tuyo
unidos para un único destierro:
y yo que negaba el alma de las piedras,
y tú, que maldecías la vida, sus amargas escamas,
tuvimos que arrojar nuestro luto
y vestirnos de río
y dejarnos fluir en el hilo de un gesto de plata.

“He aquí las venas de mi silencio
míralas, ya no sangran
ahora pregunto por el niño perdido
de tu Nombre”
Y las máscaras dejaron de pegarse a tu piel, a la mía,
y un latido ciego despertó de su eterno letargo:
el latido de un animal casi muerto,
casi descuartizado
por las manos doloridas del miedo.

Hizo falta mirarnos a los ojos más hondo,
más en verde,
más hondo,
hasta hacernos de vidrio.