Hay algo que me llama por mi nombre
en los ardientes pasillos
de la ausencia;
algo flota en el aire, como musgo sombrío
arraigando en la piel de las paredes
de cada habitación desvencijada.
Y huele a sombras, a flores de difunto.
Sé que me observa, que aguarda en cualquier calle
del ayer,
agazapado en el humo de un cigarro,
en el ácido sabor de la impotencia,
en las palabras que nunca pronunciamos.
Yo finjo que no existe.
Cubro las grietas del aire con razones
teñidas de pájaros azules.
Corto el hilo de niebla
que me ata a su sombra
con rutinas y luz almidonada.
De nada sirve,
surge de pronto un halo,
un viejo aroma a flor recién segada.
Y vuelven a emerger todos los ecos,
formas, vacíos, abrazos,
risas, besos, llantos,
ESPERAS…
No regresan, no. Jamás se fueron.
La grieta se abre más y más en el silencio.
Las palabras no pueden contener
el curso decidido de su sangre.
Solo esbozan torpemente sus rasgos
en el pálido lienzo de un poema,
intentando atrapar lo inabarcable.
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