Afinad el oído,
escuchad sus hirientes chillidos
en mitad de la noche
cuando el insomnio barre
las telarañas de la placidez,
como ardorosos cuchillos que rasgan
la quietud del silencio.
Imaginadlas
correteando por el inframundo,
royendo con fruición los esqueletos
de nuestros despojos.
Coro de ángeles rabilargos
agitándose en un cielo
de agua infecta.
Presentid su pseudohumana inteligencia
escudriñando vuestra debilidad
con sus ojitos agudos
y profundos
o ebriamente sobrias,
jugando a los dados
con la sombra encogida
de Dios.
Ahora
ampliad la cobertura
de vuestras miradas,
¿No las véis
pasearse entre la multitud?:
porte altivo, trajes impolutos,
sonrisas de mescal
y adormidera.
¿No sentís que hiela vuestra sangre
un escalofrío
cuando pasan cerca de vosotros?
Las delata
su grandilocuencia,
el hiriente olor a podredumbre
que parece fluir del aborto
de sus risas.
Tocad, hermanas, seguid tocando los violines
de vuestras ardientes gargantas:
nuestros pies están malditos.
Seguimos aplaudiendo vuestra música
infame.
Hace mucho que hemos agotado
nuestro limitado repertorio
de excusas
y creencias
No podemos,
no sabemos
sino proseguir hasta la extenuación
escenificando
un vals de perdedores
mientras nuestros pies taladran
dulcemente
una tierra ya resquebrajada.