Ella acostumbra a guardarse la sombra
en la mesilla de noche.
Ha decidido
que su oficio es tejer lentamente la
pálida rutina,
enredarse en la ceguera luminosa
de su tela de araña.
Alguien aguarda
en la penumbra del jardín;
alguien a quien rescatan a deshora
las hienas del silencio,
viene de tarde en tarde a beber
hasta la última gota de sangre
de las rosas.
Y mientras suena un réquiem por el
ayer que asoma
en la mellada piel de una fotografía,
el animal oscuro escarba
en la penumbra hasta desenterrar
sus huesos amarillos.
Ella no escucha.
Entierra en el silencio preguntas
sin respuesta,
se anuda a la mirada el vuelo de los
pájaros
y enreda entre sus dedos la tarde
que se aleja.