Jaque al sol,
-determinaron los prefectos
de la sensatez-
un mal invisible a simple vista nos
acecha
desde el enfebrecido cauce de las
calles,
oculto en miríadas de objetos que
imantan
el anhelado tacto de las manos.
¡Cerrad puertas y ventanas
a la muerte!
¡acudid al funeral
de los abrazos!
Aplaudimos a héroes de verdad,
que no llevan capa ni espada
(ni armadura)
Y confinamos por un tiempo la cordura
entre cuatro paredes,
creyéndonos capaces de pactar con las
sombras que tememos,
de mirar a la muerte cara a cara.
La naturaleza no lloró por nuestra
ausencia.
Cicatrizó parcialmente
sus profundas heridas,
mientras
-paradojas de la vida-
muerte, soledad y dolor se hermanaban,
visibilizando su rostro más temible
en las portadas de los informativos.
Algunos- los ingenuos- mantenían
abierta
una esperanza: imaginaban que una
nueva era llegaría
tras la convulsión;
la solidaridad y la concordia reinarían
por los siglos de los siglos ...
Pero nada brilla más que la ausente
conciencia
de emponderados ególatras, que regalan
chucherías de tarde en tarde
a sus mascotas humanas
(presentes y futuros peones de su
insaciable ansia de poder)
Divinos divos que escupen cada día al
cielo
su arrogancia.
Así, hoy ya casi hemos olvidado
que la calamidad vino hace poco tiempo a
visitarnos
y nos cogió en pelotas:
sin disfraces, ni máscaras,
(ni mascarillas ni trajes EPI) ni
siquiera
con esa estúpida sonrisa que pretende
disimular
la franca desnudez de nuestra sombras.