Quédate amor, no te vayas ahora,
¿no percibes, acaso, el rumor del
otoño musitando en mis dedos?
¿cómo se van abriendo una a una las
venas de la memoria roja?
Ven,
juégate conmigo a una carta la
eternidad de un beso,
acaricia mansamente el lomo de las
horas que se nutren de olvidos.
Recuerdo cómo azota las ramas
del silencio,
cómo
su áspera lengua lame mis esperanzas,
mientras el tiempo parece aletargarse
en un sueño amarillo.
No te marches aún:
regálame un abrigo de improbables
abriles.
No dejes que me hiera noviembre.
No dejes que me ahogue en la espuma de
un poema.