Solo a ti puedo mostrarte abiertamente
el latido
del tiempo
sumergido
hoy, que mastico sal de ausencias
mientras trato de tumbar este silencio
descastado:
te confieso,
¡qué difícil escudriñar los
túneles
del ser!
contemplarse en el reflejo impío
de la desnuda verdad
un domingo de plomo, como este,
en el que resulta altamente improbable
escapar
del acoso tenaz
de cada sombra.
Acaricio el teclado
dejo que mis manos emprendan un camino
balbuceante a la palabra
estas manos, que a diario se
apacientan
de sílabas raídas
tras un mostrador abierto
al devenir de la existencia,
de una existencia
que no logra
apaciguar ajenas lágrimas,
tumbar al miedo
con puños de seda
(puños de humo
en un ring
inevitable)
Una calle de hospital me reconoce;
sabe de mis luchas, mis fracasos,
mis peleas contra el ácido gris
de la monotonía
allí donde otros lloran, se fatigan,
esperan y esperan, y esperando
echan un largo (o corto) pulso
con la vida.
Hoy, un día cualquiera
de un domingo cualquiera,
expongo mis venas abiertas
a un sol niño;
vuelvo a creer
en el dios
de una llama fugaz,
en la morfina de tu nombre,
en un gesto paralelo a la locura
que libere de avispas
el cansancio.
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