Me pides que libere al animal herido
en mi costado,
que embalsame su ira con viento y azucenas,
que arroje dócilmente en cada
aniversario
lágrimas sobre flores amarillas.
Me pides que aborte la tormenta
alojada
en las venas,
que salude con salvas al abismo, e
injerte un rostro ingenuo y joven en las raíces
de nuestra identidad.
Olvidas el “ Adiós” que jamás
fue pronunciado,
que jamás lo será,
la pregunta lanzada al aire que
retorna como un eco sordo
a los labios,
labios
que frecuentan las polillas del
insomnio cada noche y desgarran las uñas
de un “por qué”.
Pides y pides sin decir... y sin
decir respondo, y me desnudo
a medias silbando
una balada de grillos
a la noche,
embozando la palidez terrible de los
días
bajo la austera manta del deber.