La hora en punta del olvido, amor mío.
Ven,
antes de que mengue la luna, y las
serpientes boreales ronden
mi diluido corazón.
Más allá de nuestra isla
sangra
el tiempo, pesa el asfalto,
los árboles de la ciudad se
estrangulan con raíces
de niebla,
y un revuelo de cenizas
sigue eclipsando la fe
de las farolas.
Ven,
tú que conoces mi condición de
paloma,
de umbría tinta sumergida sobre el
papel
de la derrota, mi voluntad de trapo
que reposa
junto al consumido cigarro
de la espera imposible: cierra los
libros
que no leí, y enciende un fuego
de rosas en mi vientre.
Sean tus manos mi mantra,
sea tu carne mi luz.
Y que arda en nuestros labios el
silencio,
sus inútiles abismos,
sus indemnes y trémulos fantasmas,
el humus de amianto de todas
aquellas palabras
que nacieron suicidas.