Amaneció sin mí.
Grillos inánimes brotaron
de su lengua;
un quejido de agujas taconeaba
el techo
del silencio.
Me levanté sin hacer ruido
para no delatarme,
evitando caer en el agujero negro
de sus ojos;
ni siquiera pudo rozarme su radiactiva
pureza.
Y caminé arrastrada por carros
de inercia.
La calle devoró los últimos tiernos
vestigios
de algún sueño
que me entregó la noche amante;
los pájaros callaron a mi paso;
hay trenes que lloraban
un humo gris y lento.
No me atreví a preguntarle
por el olor a sombra
de los árboles.
Amaneció sin mí
este día,
este día,
y así es mejor,
así no siento su lluvia de balas
en mi frente,
su catarata cósmica de aludes
resbalando febriles
por la pendiente gris
de mi conciencia.