Sólo
buscaba abrigar el silencio,
que
incubase mi aliento,
hacer del
aire una catedral
sin campanas.
La
extensión del destino se cernía ante mí
blanca
como la infancia.
Ah,
pero las sombras muerden
a los perros del cielo.
Un
ángel de grisú se adhiere
a la memoria
enhebrando
pozos de negrura;
camina
con
manos azules
hasta
darnos alcance
y tatuarnos un pájaro petrificado
en
la sien
del
olvido.
Sólo
buscaba compartir mis peces
moribundos
bajo el sol
del
insomnio,
abrirlos
en canal, mostrar sus vísceras.
Alimentar con ellas a las gaviotas del viento.
Pero
los peces intentan prolongar su agonía:
aletean
en versos oscuros,
respiran
en charcos de inquietud,
intuyendo, quizá,
su destino oceánico
bajo la desazón de unos ojos
hambrientos.