Víspera del Adiós.
No percibimos
hundirse el mundo
bajo nuestros pies,
aunque el tiempo afilara sus agujas
en el agrio cemento de la tarde.
No vislumbramos el cuchillo letal
de la evidencia
asomar en los labios
del destino.
De pronto,
nuestro universo se envenenó
de blanco:
un blanco intenso y cegador
heló la sangre
de la pálida habitación.
Las frías sábanas,
como cuerdas feroces,
aprisionaron tu cuerpo
destruido.
El tiempo conspiraba
contra mí.
Fustigaba a las bestias del vacío
que trataban de raptar tu corazón
hasta precipitarlo en el abismo.
La noche se vistió
de hielo y sangre.
El agudo lamento del teléfono
rasgó la temible madrugada...
No, no te irás,
Te quedarás
en este cielo rojo
como ráfaga de luz petrificada
en un mágico rincón de mi memoria.
No te irás,
desconocido hermano.
Te nombraré
y florecerá, de nuevo,
la sempiterna llama
del recuerdo.