Bienvenidos,
ángeles del asfalto.
Bajad de las acuosas nubes,
posaos sobre la tierra desnuda,
mirad nuestros sedientos ojos.
Venid, gentiles lobos,
venid.
No hurguéis en las vísceras del miedo,
amparaos
en la dulce ceguera
de los pobres humanos
que os aguardan.
Lobos benditos
que sacrificáis vuestros intereses inmediatos
en pos del bien común:
salvadnos de este pálido universo.
Mi mente se postra ante el dominio
de vuestras fustigantes diatribas.
Ha llegado el momento de blandir
las espadas.
Afilad el veneno sagaz
que escupen vuestras taimadas lenguas.
Ensayad bien los gestos, la sonrisa
forzada;
dosificad las palabras
que os llevarán
a los opacos cielos
de algún importante ministerio.
Pactad con el diablo,
si es preciso.
La verdad absoluta es un mitodesintegrado en el espacio-tiempo.
Tunead, pues, la realidad, hasta adaptarla
como un guante a vuestros dedos.
Quien azuze a los monstruos atávicosque subsisten en los abismos
de la mente,
ganará la batalla.
Alzad una verdad a medias como enseña;
triturad todo razonamiento que se abstenga
de caer en vuestras bien urdidas
redes
y, cuando llegue el momento crucial,
guiad a este rebaño incrédulo
y manso
al redil adecuado.
Dadle de beber la bienaventurada anestesia
de una incipiente fe
en el advenimiento de las oropéndolas,
y disfrutad de un opíparo festín
con nuestras endebles esperanzas.