Carrasca milenaria de Lecina (Huesca)
Soy yo,
la vieja dama de Lecina,
quien te observa;
la imponente,
la majestuosa reina de foliados cabellos.
¿Qué puedo darte hoy
que no te haya entregado?
¿Por qué esa obstinación tan humana
de avivar a destiempo mi arrogancia?
Una secular soledad irriga la savia
de mis venas
cuando percibo los ecos de viejas leyendas,
y me parece escuchar el crepitar del viento
en las copas ausentes
de mis hermanos muertos.
Hablo un lenguaje verde
que ya nadie recuerda,
y reto a tu adormecido corazón,
a tu mente abducida por absurdas quimeras,
a que escuchen el latido del corazón del bosque
en mis pulmones milenarios.
Rodea con tus brazos mi leñoso talle,
siente la voz de Gaia vibrar
en mis entrañas.
Por ti continúo en pie,
por ti he sobrevivido a tormentas,
rayos y vendavales.
Fui cruelmente amenazada
por la sombra afilada
de las hachas,
pero la vida, terca,
siempre encuentra su cauce.
Los pájaros han repoblado las copas
del olvido,
y hoy despeinan de nuevo
mi noble cabellera.
¿Qué más puedo contarte?
Purifico el aire que respiras,
extiendo a tus pies
mi larga sombra.
Entiende esto:
mi ser no cabe en una simple imagen;
mi ser nació fundido
con la piel de la tierra.
Cierra tus confusos ojos.
Aprende a reconocer mi voz profunda
en los versos del viento,
a dejarte arrastrar por el llanto salvaje
de la lluvia,
por el silencio que florece
tras su húmeda huella
y que puebla mi nostalgia
de caducos paisajes.
Deja que mi destino se proyecte
en la luz asombrada
de tus ojos,
atrapa con tu cámara
la infantil ilusión que en mí renace,
enreda la luz que amarillea mi cuerpo milenario
en los dedos cautivos
de una esperanza verde.
¡