Misi alfiletea con su mirada a los pájaros.
Misi es un gato rubio, de un año de edad aproximadamente.
Lo rescatamos (o, más bien, secuestramos) a los tres meses de vida
apartándolo de su probable mísero destino
de gato silvestre.
Me siento culpable de su soledad
y le mimo más de lo debido;
él lo presiente, y con astuta ternura logra dominarme
poco a poco.
Tiene miedo del mundo
y huye al último escondite
cuando escucha unos pasos a lo lejos.
No pasa nada, Misi – le tranquilizo sin convencimiento-
mientras mi mano encuentra su cálido pelaje,
me miran hondamente sus ojos amarillos.
Se acerca, sigiloso, cauteloso, hasta rozarse
con mi alma;
después, se acurruca en su camita
como un ser que siguiera gestándose
en la placenta del silencio.
No temas nada.
Lo que oyes son solo inquietas ráfagas
de existencia
apresurando sus pasos
hacia ninguna parte.
El mundo es un barril de pólvora
al que tratan de acercarse mechas incendiarias.
Cada supuesta verdad absoluta
no es más que un alarido
al infinito...
No quieras saber más.
Tal vez un día, tú y yo seamos capaces
de clavarle las garras al destino;
soñemos despiertos, mientras tanto,
meciéndonos el uno junto al otro
en el columpio de un universo cómplice.