Recuerdo aquella madrugada
en la que te me hiciste mar,
en la que se abrieron las esclusas
de una sombra
que te deshabitaba;
y yo bebí en ti la eternidad
de un trago
y tú me entregaste a cambio
un río.
Bien sabes que era isla mi voz,
vientre
donde desovan
los naufragios.
-Ven
hagamos un volcán de nuestra sangre.
Verás como los buitres
picotearán sin saberlo una luz
inextinguible.
Cada mínima muerte, cada golpe
de sombra
caerá
si acuchillamos su espectro
con estrellas-
Recuerdo aún
la rutinaria letanía
de la noche;
una silueta sobornando
a tientas
la derrota,
los cuervos del ayer
brotando sin cesar de tu garganta,
una flor deshojando
sus cenizas...