Un tren-oruga llegaba puntual a lamer
su memoria
-réquiem de hojas muertas peinando cada tarde la alfombra
del temblor-
El tren mordía el silencio.
Ella mordía a los cuervos de su
infancia
mientras palpaba dulcemente el rugoso tacto
del olvido.
Hizo suyo el lenguaje insondable de los
pozos.
Guardaba en un arcón secreto las
lágrimas del cielo.
El fósforo cubrió su corazón
noctívago.
No fue fácil arrancarse el adiós del
pecho,
mirar al norte con el sur tatuado
en las mejillas.
Descubrió que sus dedos incendiaban
los bosques
de la noche,
que el olvido es un pájaro errante
que rara vez anida en nuestra sangre.